Familia, vida economica y trabajo
La relación que se da entre la familia y la vida económica es
particularmente significativa. Por una parte, en efecto, la «economía»
nació del trabajo doméstico: la casa ha sido por mucho tiempo, y todavía — en muchos lugares
— lo sigue siendo, unidad de producción y centro de vida.
El dinamismo de la vida
económica, por otra parte, se desarrolla a partir de la iniciativa de las
personas y se realiza, como círculos concéntricos, en redes cada vez más
amplias de producción e intercambio de bienes y servicios, que involucran de
forma creciente a las familias. La familia, por tanto, debe ser considerada
protagonista esencial de la vida económica, orientada no por la lógica del
mercado, sino según la lógica del compartir y de la solidaridad entre las
generaciones.
Una relación muy particular une a la familia con el trabajo: «La familia
constituye uno de los puntos de referencia más importantes, según los cuales
debe formarse el orden socio-ético del trabajo humano». Esta relación hunde sus raíces en la
conexión que existe entre la persona y su derecho a poseer el fruto de su
trabajo y atañe no sólo a la persona como individuo, sino también como miembro
de una familia, entendida como «sociedad doméstica».
El trabajo es esencial en
cuanto representa la condición que hace posible la fundación de una familia,
cuyos medios de subsistencia se adquieren mediante el trabajo. El trabajo
condiciona también el proceso de desarrollo de las personas, porque una familia
afectada por la desocupación, corre el peligro de no realizar plenamente sus
finalidades.
Para tutelar esta relación entre familia y trabajo, un
elemento importante que se ha de apreciar y salvaguardar es el salario
familiar, es decir, un salario suficiente que permita mantener y vivir
dignamente a la familia. Este salario debe permitir un cierto
ahorro que favorezca la adquisición de alguna forma de propiedad, como garantía
de libertad. El derecho a la propiedad se encuentra estrechamente ligado a la
existencia de la familia, que se protege de las necesidades gracias también al
ahorro y a la creación de una propiedad familiar.
En la relación entre la familia y el trabajo, una atención
especial se reserva al trabajo de la mujer en la familia, o labores de cuidado
familiar, que implica también las responsabilidades del hombre como marido y
padre. Las labores de cuidado familiar, comenzando por las de la madre,
precisamente porque están orientadas y dedicadas al servicio de la calidad de
la vida, constituyen un tipo de actividad laboral eminentemente personal y
personalizante, que debe ser socialmente reconocida y valorada,
incluso mediante una retribución económica al menos semejante a la de
otras labores.
Al mismo tiempo, es necesario que se eliminen todos los
obstáculos que impiden a los esposos ejercer libremente su responsabilidad
procreativa y, en especial, los que impiden a la mujer desarrollar plenamente
sus funciones maternas.
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